Estudió sus años de educación primaria en el Colegio O’Higgins de las Hermanas Prado, un pequeño establecimiento de corte familiar que marcó y llenó de cariños y valores su infancia (uno de los recuerdos más recurrentes hasta hoy con su hermana, es el de una asistente educacional que al no poder pronunciar su apellido, les llamaba; Los hermanos Gillette”.
Trabaja por casi 30 años en diversas agencias de Publicidad y de Medios, y paralelamente se dedica a experimentar “sensaciones con la escritura”, y comienzan a aparecer una serie de poemas, y otras tantas novelas, que va acumulando en un estante en casa, hasta que la Pandemia del año 2020 le muestra el lado B de la vida, y en un acomodo presupuestario de la agencia, es despedido junto a otros compañeros.
Una de sus frases favoritas es: “Dios escribe derecho con líneas torcidas”, y decide contactarse con la editorial “Aguja Literaria”, y comienza la aventura de compartir con el mundo sus sueños escritos en letras de molde.
Si hay un hecho que destaque cada vez que puede, es su ingreso a la escritura (Nunca hay que escupir al cielo) Se burló siempre de los enamorados que escriben poemas de amor, hasta que.. le llegó su turno, y comenzó a escribirlos también.
Un día en la agencia donde trabajaba escribió un cuento de una página,(después supo que se llaman micro relatos), le gustó porque nunca antes lo había hecho, y al intentar escribir un segundo cuento un sábado por la noche, “La historia se le escapó de las manos”, “y se convirtió en una historia de casi 90 páginas” Recalca; “Me desconcertó y me encantó” porque “no sabía que yo era capaz de hacer eso”.
Su mejor consejo para los que tienen un fuego interior esperando escapar del pecho, es “Atrévanse, atrévanse, atrévanse. Lo único que pueden perder, es el tiempo.